Los Millennials son los Boomers
Una rima histórica que se repite, hoy, en la crisis de Chile; y el rol que uno tiene en su cadencia
Las Generaciones de la Guerra
El segundo episodio de la aclamada serie bélica "Band of Brothers" de HBO se llama "Day of Days" y trata el desembarco de Normandía, el famoso Día D. La serie gira en torno a la participación de un genuino héroe de la Segunda Guerra Mundial: el teniente Richard Winters del mítico Regimiento de Paracaidistas 506 del Ejercito de los Estados Unidos. Hacia el final del segundo episodio, cuando ya los aliados han logrado colocar un pie en Francia y Winters siente, por primera vez, que puede haber sobrevivido ese día terrible, se queda mirando el horizonte nocturno en que arde una ciudad francesa bajo un bombardeo. Se pone en cuclillas y mira, en silencio, mientras el fuego reflejado en un rio le ilumina el rostro y hace un juramento:
Esa noche, dediqué un momento para agradecer a Dios por ayudarme a pasar ese día de días y le pedí que me ayudara el día D+1. Y si, de alguna manera, lograba llegar a casa nuevamente... le prometí a Dios y a mí mismo que encontraría, en algún lugar, un pedazo de tierra tranquilo y pasaría el resto de mi vida viviendo en paz.
Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial se produjo un auge de la natalidad en todo el mundo desarrollado. Hubo, sin duda, una mezcla de factores económicos y culturales detrás de ello, pero es evidente que jugó un rol central el retorno masivo de veteranos de guerra, nostálgicos de un mundo perdido, en busca de las normalidades de sus hogares y sus infancias perdidas. La serena tristeza de millones de mujeres jóvenes que acarreaban la destrucción de sus vidas y las muertes de sus familiares jugó un rol muy similar. Millones de hombres jóvenes, pero envejecidos por la experiencia de la guerra, volviendo cansados, arrastrando sus heridas, fantasmas y memorias, buscaban casarse, tener hijos, comprar una casa, adoptar un perro, conseguir una pega, jugar a la pelota con los niños los sábados y sentarse tranquilos los domingos en una gradería de un estadio a fumar y olvidar. Millones de mujeres jóvenes, pero envejecidas por mil viudeces y por haber asumido, solas, la carga de sostener sus familias trabajando en fábricas de armamentos y pertrechos o en los regimientos de enfermería mientras sus padres y hermanos se jugaban la vida, sentían algo muy similar: querían recuperar ese mundo perdido, inocente y dulce, cándido e infantil, que había ardido en las hogueras de la guerra. El resultado fue el "baby boom" o "auge de bebés" con un crecimiento muy significativo de las tasas de natalidad entre 1948 y 1959.
La generación que vivió la Segunda Guerra Mundial fue la que construyó la sociedad norteamericana y europea de la posguerra. Era una generación que valoraba enormemente la paz social, la democracia, el orden social y el bienestar. No es casualidad que la época en que ellos tuvieron la hegemonía política de sus países terminó siendo la era de mayor crecimiento y equidad de occidente. Esa generación entendía, vívidamente, que el crisol de las desgracias que habían vivido, la cuna de las diferentes variantes de totalitarismo que habían desgarrado el mundo y la inseminación de la monstruosa violencia que se había desatado, se encontraban en las crisis económicas de principios de siglo, en la pobreza que causaron, en la destitución que engendraron, en la incertidumbre que extendieron y en la desigualdad que profundizaron. La sociedad construida por esas generaciones fue, por ende, una de clases medias que accedían a niveles de bienestar material y seguridad jamás imaginados por generaciones anteriores. Eran los obreros industriales y oficinistas que accedían a casa, auto y vacaciones, que tenían seguros de salud y sistemas de pensiones, cuyos hijos asistían a sistemas de colegios públicos de niveles de calidad e inclusión social nunca antes vista y que terminarían enviándolos, luego, a un sistema gigantesco de educación superior que no había existido nunca antes en la historia. Los gobiernos apoyaron este proceso con políticas muy explícitas: el G.I. Bill de los Estados Unidos masificó el acceso a créditos hipotecarios, becas, reentrenamiento, crédito para emprender y acceso a empleo para los veteranos. Por su lado, el Reporte de Beveridge en el Reino Unido sirvió como plano de construcción del gigantesco y hegemónico estado de bienestar europeo.
En la clasificación, algo maniquea, que hacen los gringos de sus olas generacionales, se suele denominar a esta generación de veteranos de la Segunda Guerra Mundial la Generación Grandiosa. Son las personas que nacieron entre 1901 y 1927 y que, por ende, alcanzaron a ser mayores de edad durante la Gran Depresión y la guerra. Fueron los que afrontaron esos conflictos y luego construyeron las sociedades de bienestar de la posguerra.
La siguiente ola es denominada la Generación Silenciosa. Se le denomina de este modo a los nacidos entre 1928 y 1945. Esto es, a quienes les tocó ser niños durante el período de la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial. Son los huérfanos, los que perdieron un hermano o padre en los campos de muerte de Europa, África y Asia, a los que se les bombardeó su casa, los que pasaron hambre y vieron a sus padres consumirse por la angustia. Es una generación que creció acompañada de la privación, la vulnerabilidad y la escasez. Naturalmente desarrolló una cultura muy conservadora (incluso hacia sus izquierdas) que fue funcional al proyecto de construcción de la sociedad del bienestar que encabezó la Generación Grandiosa: una sociedad capitalista y liberal pero con una red de seguridad muy sustantiva además de ciertos niveles de igualitarismo que amarraban la cohesión social. Para esa generación era importante la familia, el barrio y la comunidad… el individualismo en todas sus formas era visto como algo frívolo, narcisista e irresponsable. Ambos: el egoísta empresario de derechas o el narcisista rebelde de izquierdas, eran mal vistos, sus individualismos siempre interpretados como algo antisocial. La Generación Silenciosa se inscribió en el proyecto de sus padres y valoró siempre, enormemente, lo que lograron construir... recordaban el hambre, el miedo, la muerte… y el fascismo (el de verdad).
Los “Boomers” Originales
Hoy, en Chile, en redes sociales, se suele usar el término “boomer” como sinónimo de “viejo”. Un “boomer” es alguien que no es un “millennial” o un cabro chico y que por ende, no entiende Tik-Tok ni el K-Pop, no encuentra particularmente divertidos los memes, ni celebra el exhibicionismo de las redes sociales. Ese es un “boomer” en el sentido coloquial que se usa hoy. Yo soy un “boomer” en ese sentido. Pero esos no son los “boomers” originales. En mi caso, mis padres serían los “boomers” auténticos, que crecieron en la posguerra, en el remedo precario de sociedad de bienestar que Chile intentó construir en esos tiempos. En Estados Unidos y Europa, los verdaderos “boomers”, vivieron en la sociedad de bienestar de la posguerra: uno de los lugares espacio-temporales más igualitarios y prósperos de la historia de sus países.
En ese ambiente de creciente bienestar y seguridad fue que crecieron los “boomers”. Y se beneficiaron enormemente de ello: se convirtieron en la generación más educada y sana, mejor alimentada, más cuidada y más libre de la historia humana hasta entonces. Pero claro, para quienes viven un paraíso, siempre resulta irresistible morder la manzana de la discordia y ver que hay más allá de sus muros.
Para los “boomers” esa estabilidad era atosigante, sofocante y agobiante. Para las izquierdas “boomer”, el orden social sobre el que estaba construida la sociedad del bienestar de la posguerra era opresivo y tiránico, una fachada de libertad y derechos sociales que servían para perpetuar desigualdades y modos de producción explotadores y alienantes. Para las derechas “boomer”, la regulación económica sobre la que se sustentaba esa sociedad era asfixiante, un camuflaje progresista para una agenda totalitaria que buscaba normar y vetar, reglamentar y prohibir, con el objetivo ulterior de esclavizar. Para los “boomers” de izquierda y derecha, las generaciones anteriores eran… el partido del orden.
Cuando llegaron a la universidad, los “boomers” protagonizaron los movimientos contraculturales de los 60's que cuestionaban los valores de las sociedades de bienestar occidentales. Para ellos, las libertades, seguridades y oportunidades de esa sociedad estaban dadas, eran un "desde", no requerían ser defendidas ni fomentadas. Más bien debían ser cuestionadas y desafiadas. Los “boomers” fueron quienes marcharon en mayo del 68; fueron los “boomers” que se dejaron el pelo largo, se pusieron chalas y se volvieron hippies; y fueron los boomers los que dinamitaron la sociedad de bienestar con la revolución neoliberal. Si los viejos de la Generación Grandiosa y de la Generación Silenciosa eran, principalmente, socialdemócratas o socialcristianos, los “boomers” eran anarquistas y posmodernos, neoliberales y anarcocapitalistas, revolucionarios socialistas y, también, revolucionarios capitalistas.
Los ayudó la natural energía y libertad que otorga la juventud, por cierto, pero también la demografía. Eran, por lejos, la generación más grande de la historia de sus países. No solamente por que eran, literalmente, el resultado de un “auge de bebes”, sino porque eran más sanos, con mayor expectativa de vida y por ende, durarían más. Los ayudó en su hegemonía, además, que ellos tuvieron menos bebés ya que fueron los protagonistas de la transición demográfica y la masiva incorporación de la mujer al mercado laboral que hizo decaer las tasas de natalidad. El resultado es que cuando la generación de los “boomers” transitaba entre sus 30s y 50s, esto es, entre los años setentas y el final del siglo XX, dominaban la política de sus países por demografía: eran más que las generaciones anteriores y las que los seguían.
El mundo que vivimos hoy es un mundo “boomer”, sin duda alguna. Es un mundo donde importan poco los colectivos, las familias y las comunidades que si les importaban tanto a las generaciones de las guerras. En el mundo “boomer” importa centralmente el individuo: su propiedad, su consumo, su tiempo libre, su derecho a expresarse. El mundo “boomer” es hegemónicamente liberal, a la izquierda y a la derecha: nadie te puede obligar a votar ni pagar impuestos, nadie te puede obligar a hacerte cargo de tu familia ni hacer el servicio militar, nadie puede reglamentar tu identidad. La expresión más evidente de este mundo “boomer” es la élite económica empresarial de Silicon Valley: radicalmente progresista y radicalmente capitalista, dedicada al negocio de movilizar y monetizar el ego humano: “You”Tube, “I”Phone, “Face”Book… el carnaval capitalista de la vanidad y el narcisismo monetizado presentado como progresismo. A ello contribuyeron “boomers” de izquierda y derechas, capitalistas y revolucionarios, neoliberales y hippies… cada uno con su pequeño granito de arena a la demolición del orden de la posguerra.
Los “Millennials” son los “Boomers”
La paradoja es que en Chile, en realidad, desde un punto de vista demográfico, social y político, los “millennials” son los “boomers”.
Si bien es cierto que la generación “boomer” Chilena en el sentido estricto del término, nacida durante los gobiernos radicales de la posguerra, reprodujo, imitó, interpretó y adaptó las tendencias políticas y culturales globales de su época; si bien es cierto que en Chile tuvimos anarquistas y neoliberales, hippies y anarcocapitalistas; si bien es cierto que la generación “boomer” Chilena socialista y democratacristiana, liberal y conservadora convergió, al igual que sus pares del resto del mundo, hacia la hegemonía cultural liberal en la que vivimos; en realidad, desde un punto de vista socio demográfico, cultural e histórico, los “boomers” genuinos, no son nuestros “boomers”. Nuestros “boomers” son los “millennials”.
La generación más grande de la historia de Chile es la que nació durante la transición a la democracia; esto es, entre mediados de los ochentas y mediados de los noventas. Los expertos en demografía explicarán las razones de ello pero ahí está muy claramente en los datos. ¿Cuánto se debió el incremento en natalidad a las mejorías en bienestar de familias que transitaban desde la pobreza y vulnerabilidad hacia la categoría de clase media y que sentían, por lo tanto, que podían solventar una familia de mayor tamaño? No sabemos. ¿Cuánto se debió la caída posterior en natalidad al inicio del proceso de incorporación de la mujer al mercado del trabajo? No sabemos. ¿Y cuanto se debió a una suerte de fenómeno de “posguerra”, de retorno a proyectos familiares y personales, derivado de la relativa paz política alcanzada por el país al transitar a la democracia? No sabemos. Quizás es una combinación. El caso es que, sea cual sea la explicación, la generación de los “millennials”, en Chile, es la más grande de la historia; y es mayor que las que le preceden y las que siguen. Es, además, más sana y, por ende, probablemente será más longeva que las anteriores. Es una generación destinada a ser hegemónica por un buen tiempo.
No es sorprendente, entonces, que esa generación protagonizara movimientos estudiantiles y universitarios similares a los de los años sesentas durante la primera década del Siglo XXI: primero con los pingüinos, luego con los paros universitarios y finalmente con el estallido social. No es sorprendente la masiva entrada de esta generación a la política, y no es sorprendente que la aparición de un candidato presidencial de esa edad genere una suerte de lealtad generacional y simpatía que incluso transciende código políticos, compatibilidades ideológicas, coherencia o preparación. Da igual, es una expresión generacional. Así se siente cuando se impone una hegemonía generacional.
La Posguerra Chilena
En realidad, en Chile, en términos políticos los “boomers”, la generación de mi padre, es la generación de la guerra, la que vivió los procesos revolucionarios de los sesentas y setentas, la unidad popular, el golpe, la tortura, el exilio… etc. Esa generación acarrea, hasta el día de hoy, las cicatrices y fantasmas de su historia, parecido a lo que le pasó a los veteranos de las guerras del Siglo XX. Esa generación se colocó la tarea, política y cultural, de sanear al país, de terminar la dictadura, de establecer un mínimo estado de derecho, de sacar a la mayoría de la población de la pobreza y vulnerabilidad, de recuperar un sistema de protección social mínimo y de reponer los niveles de equidad mínimos (aunque insatisfactorios) perdidos durante el carnaval capitalista de la dictadura. Esa generación reconstruyó y sanó, para eso tuvo que perdonar y reencontrarse, para eso tuvo que transar y pactar, para eso tuvo que negociar y concertar, y si… hay que decirlo, para eso tuvo que olvidar. Esa generación construyó la “posguerra Chilena”. Yo conozco muy bien a esa generación y se que no fue fácil ni cómodo. Se lo que tuvieron que tragarse y aceptar. Se que no les gustó. Se que sienten que se traicionaron a si mismos y se que saben que lo tenían que hacer. Fue ese el sentido en que renunciaron a lo individual, a lo que ellos necesitaban ser, por lo que necesitaban los que estaban por nacer. Entregaron lo que eran, por lo que somos.
Y se que lo hicieron por mi… y por mis hijos. Y por eso los respeto y no tolero cuando insultan su legado.
Yo no soy un “boomer”, yo soy de la generación silenciosa chilena: la que se crio en dictadura o en el exilio. La que fue pobre. La que no tuvo patria. La que vio a sus padres consumirse en la angustia de la destitución, la persecución y el destierro. La generación a la que la historia de Chile le desagarró su hogar y su familia. La que se acuerda de la privación, de la vulnerabilidad, del desarraigo… y del fascismo (el de verdad).
Así que, al igual que el resto de la generación silenciosa y con simetría a lo que ocurrió con la generación silenciosa de la posguerra gringa, yo milité en la causa de la posguerra chilena e hipotequé en ella mi proyecto de vida. En mi caso tuvo todo que ver con el lugar en que trabajo hoy: la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile. Cuando mi familia volvió del exilio y mis padres se integraron, disciplinadamente, a los cuadros técnicos de los gobiernos democráticos, yo me vine a estudiar economía a la facultad. Me trasladé desde la Universidad de los Andes de Colombia, la mejor de ese país y, en esos tiempos, muy superior a lo que era la FEN (en esos tiempos se llamaba FACEA). La verdad es que escuela de ingeniería comercial de la Chile había sido destruida por los eventos políticos de las décadas anteriores. Era, en realidad, una ruina de la guerra; una sombra de lo que había sido en los años cincuentas y sesentas. No mucha gente lo sabe pero mi facultad, mi escuela, donde también estudió mi padre, se trizó en pedazos durante la Unidad Popular, dividiéndose en dos escuelas: una de izquierda y una de derecha, en que estudiaban en forma segregada personas que no se podían ver, ni hablar, que no se toleraban ni escuchaban. Esa capitulación del espíritu universitario y del mandato de Andrés Bello (de tocar todas las verdades) ocurrió en mi facultad y es una vergüenza histórica que acarreamos y de la que tratamos de aprender. Así como se expresó en nuestra escuela el desagarro de Chile, también se expresó su terror: luego del golpe, la escuela de izquierda fue disuelta y la sede tradicional de la facultad, de la Calle República fue convertida en un centro de tortura de la dictadura.
A las alturas de nuestro retorno a Chile y mi traslado a estudiar en la facultad esta era, la verdad, una ruina. Un porcentaje muy bajo de profesores tenía doctorado o se dedicaba a investigar. Casi nadie realmente se dedicaba a la academia y más bien lo normal es que se usaba la facultad como una base de operaciones para consultoría externa. Por cierto, los salarios tampoco permitían otra cosa. Los mejores estudiantes, en general, preferían la Católica y con razón. No había grandes diferencias ideológicas y si una gran diferencia de calidad.
Pero, cuando volvimos, decidimos volver allí. Y no fui solo yo, muchos lo hicimos así. Entre fines de los ochentas y principios de los noventas, cuando estaban naciendo los “millennials”, una generación de estudiantes decidió ir a estudiar economía a la Universidad de Chile, a sacarse la cresta estudiando para levantar ese lugar. A sacar el doctorado caramba, a publicar miércale, a subir el nivel académico de nuestra escuela. Y no fueron puros estudiantes: hubo una generación de profesores de la “generación de la guerra”, que volvieron a la Chile desde diferentes lugares en que estaban para levantar el lugar desde sus cenizas…. y lo hicieron. Yo lo vi, en vivo y en directo, a todo color. A las alturas que yo me estaba yendo a doctorar, la facultad era irreconocible, había mejorado un montón; hoy es una de las principales escuelas universitarias del país de la que salen académicos de primer nivel y unicornios empresariales, deportistas de excelencia y políticos de primera línea. Y eso que me tocó a mi, en la universidad, lo hicieron centenas de miles de chilenos y chilenas, de la “generación de la guerra” y de la “generación silenciosa”, en empresas y hospitales, ministerios y municipios, sindicatos y cooperativas, galerías de arte y ligas de futbol. Cada uno y una, contribuyendo a construir un país en el que nuestros hijos y nietos puedan crecer sanos y seguros, y puedan ser libres… si, incluso libres de hacer, si es que quieren, su propia revolución y su propia tragedia.
Yo, personalmente, no me avergüenzo ni un minuto de lo que construimos. Al revés, me siento orgulloso de ello.
Lo que viene
No sabemos a donde va a a conducir el proceso hegemónico de la generación de “millennials” que son “boomers”. Ellos tampoco lo saben. Pero tanto ellos como nosotros si sabemos que es lo que tienen en común con esa historia: que lo que los mueve es liberarse de eso que perciben como un orden asfixiante que suelen agrupar bajo el término “modelo neoliberal”. Para ello están dispuestos a morder la manzana y asomarse afuera del jardín, a esa planicie donde rugen bestias y arden volcanes. En el proceso van a cambiar el mundo y nuestro país, sin duda, pero de seguro les pasará, al igual que a los “boomers” originales, que llegará el día en que tendrán que reconstruir los muros del jardín, se preguntarán si fue necesario el dolor causado y se arrepentirán de sus violencias adolescentes.
Es, a estas alturas, un cliché excesivo la cita de Mark Twain esa de que “la historia no se repite pero rima”. Como muchas de las grandes citas asociados a grandes figuras intelectuales, no hay pruebas de que él la haya escrito o dicho. Si hay evidencia de autores que afirman habérsela escuchado o leído. Quizás no es de él. Quizás todos los que lo ha leído se la atribuyen porque debiera ser suya; en cuyo caso, quizás, en el fondo, es suya. En fin. Será o no será de Mark Twain, pero algo de verdad tiene. ¿No les parece? “La historia no se repite, pero rima”.
Es tranquilizadora la cita de Mark Twain: transmite la idea de permanencia dentro de la dialéctica histórica, de ciclos naturales que ocurren y recurren, pero de una esencia humana que se mantiene en el trasfondo de los fenómenos.
El problema es esa otra cita, también cliché a estas alturas, de Karl Marx: “la historia se repite dos veces, la primera como tragedia, la segunda como farsa”. Esa si sabemos que la escribió puesto que sale del primer párrafo de su famoso texto “El 18 de Brumario de Louis Bonaparte” de 1852. A veces, cuando vemos a los “millennials” que son “boomers” dedicados a complacer nostalgias de épocas pretéritas, entregados a un cosplay revolucionario carnavalesco, nos acordamos de la frase de Marx.
Pero Marx dice un poco más que eso en los primeros dos párrafos del “18 de Brumario”. Dice:
Hegel comenta en algún lugar que todos los grandes hechos y personajes de la historia mundial aparecen, por así decirlo, dos veces. Olvidó agregar: la primera vez como tragedia, la segunda como farsa.
(...)
Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen como les place; no lo hacen bajo circunstancias auto-seleccionadas, sino bajo circunstancias ya existentes, dadas y transmitidas desde el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas pesa como una pesadilla en el cerebro de los vivos. Y así como parecen ocupados en revolucionarse a sí mismos y a las cosas, creando algo que antes no existía, precisamente en esas épocas de crisis revolucionaria evocan ansiosamente los espíritus del pasado a su servicio, tomando prestados de ellos nombres, consignas de batalla, y vestuario para presentar esta nueva escena en la historia mundial con un disfraz consagrado y un lenguaje prestado.
Así es: “La tradición de todas las generaciones muertas pesa como una pesadilla en el cerebro de los vivos”.